-Hipocampo…
-Digui.
-¿Cabe deducir de tu texto precedente que los
Beach Boys no te hacían mucho tilín, que no eran santos de tu devoción?
-Pintoresco estás: lo de “tilín”, hace siglos que
no lo oía, y en cuanto a la devoción… va por dentro, chaval.
-Explícate.
-Como espectador, como oyente aficionadísimo a la
música y ya entonces embarcado en su ejercicio, los escuché por primera vez
cuando yo vivía en Santa Fe de Bogotá. Los jóvenes más modernos de allí y de
entonces, como admiradores, incluso inconfesos, de USA, los aplaudían y
festejaban como ejemplo de un oficio y una vida que mucho dejaban envidiar.
Porque eran realmente un magnífico grupo y la colección
de canciones que lanzaron sigue siendo estimable. Así que personalmente todavía
ahora los escucho, en el “Z”, a capota quitada, alquimista que reconstruye el
espejismo de que de aquel estilo (playas, sol, surf, juventud y júbilo), algo
queda más allá de las quimeras, y que sus temas continúan acompañándonos,
cuidándonos en la memoria más de cuatro ternuras.
-¿Eso escuchas?
-Y alegrías de Cádiz.
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