jueves, 24 de marzo de 2022

Una respuesta favorita

 

Faroles o farolas que sean (que no faltaba más que inaugurar otra controversia “de género”), correspondientes a la iluminación de estas calles del barrio -que también se dice “urba”, pijo modo-, han ido experimentando, a lo largo de más de 30 años, sucesivas sustituciones de sus bombillas convencionales a medida que la caducidad o los evolucionados modelos en el mercado las propiciaron.

En estos días, los munícipes de turno han ordenado un reemplazo que si bien respeta la estética, conservándola, comporta unas variantes notables: faroles (o farolas que sean) ahora carecen de los vidrios laterales clásicos, transmitiendo una desconcertante sensación de huecos incompletos; a cambio, en vez de las bombillas de toda la vida, incorporan unos paneles “led” con aspecto de “tablets” (todo muy moderno, vale) que, horizontalmente instalados bajo la tapa superior que acaso podríamos llamar sombrerete, difunden la luz sólo en dirección descendente y circundante. O sea, hacia abajo y como desparramada.

 

Hago una pausa para que podamos asumir toda la descripción precedente, quizá perifrástica y desde luego laboriosa.

-¿Y prolija?

-Sí, y errática y frívola y más cosas, a mí me lo vas a decir. Sigo.

Los posibles PROS: un ahorro del consumo de electricidad; una delicada reducción de la contaminación lumínica que es de agradecer, aunque tengamos serios motivos para desconfiar de la “sensibilidad” que sólo (y con esfuerzo) cabe suponerles a quienes nos deciden esta y otras cuestiones.

La CONTRA: la penumbra resultante, de cierta inesperada elegancia y casi cinematográfica de diseño, pero cuya intensidad tira a escasa.

-¿Te acostumbrarás?

-Como decía el arbitral emisario pontificio en “La Misión”, ¿qué  otra cosa, si no?

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