lunes, 28 de marzo de 2022

La Academia del Cine diversifica sus premios

 

Cuando la palabra es difusa o confusa; cuando sirve para agazapar la mala intención y luego se sigue por ahí y se quiere escurrir el bulto, tenemos un problema.

Por eso no va bien llamar chiste a una burla pública que, para más inri, se ensaña con el aspecto físico de una persona, sea un “defecto”, una peculiaridad que la sociedad discrimina o desdeña, algo que la cobarde comodidad colectiva rechaza, etc; y ya incalificable de toda ruindad, la mofa de una enfermedad y, según el caso, los complejos psíquicos que puede desencadenar en la víctima del cachondeíto más o menos cruel.

 

En épocas anteriores, por burlas y similares, ofensas hubo que se dirimieron en duelo. Ejemplar y célebre, la figura simbólica del Cyrano literario y el éxito con el que siempre, insuperable diestro de la esgrima, ajustaba las cuentas a sus provocadores. Quizá hasta Quevedo -burlón él mismo- y otros, anduvieron en lances derivados de esos atrevimientos. La lista sería larga.

Y no es imposible que el agraviado eligiera las armas; que segura y naturalmente solían ser las de su preferencia y más ventajoso manejo.

 

Cosa de tiempos pasados, dicen, ahora lo que “se lleva” muchisísimo es lo de la intocable proporcionalidad, aunque también otro punto de vista sostiene que la arbitrariedad y el capricho del provocador, su inicial insolencia, concederían amplia medida y elección independiente para la respuesta. Acordémonos del semanario francés satírico (tan fino, tan libre) y las conclusiones que aportaron los fieles de Mahoma, en su propia proporcionalidad.

El bofetón de anoche (si fue auténtico) y cuya contundencia relativa se saldó sólo con un “Wahoo¡¡” (o como se escriba tal palabreja) quizá pudo responderse con otra variedad del sarcasmo. Pero Mr. Smith no lo decidió así.    

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