domingo, 16 de octubre de 2022

Los días de calor que quedan

 

Es este dilatado veranillo de San Miguel que también llaman (los comecuras y los iconoclastas descreídos) verano del membrillo, y al que los neologistas aficionados a engendrar palabras de injerto rebautizan como “veroño”.

Quizá también para resarcirse del infierno estival de este 22 en Zaragoza, familiares aragoneses nos visitan constituyendo así parcialmente una pequeña y peculiar versión del Imserso y un de la ceca a la meca con escalas en el faro de Chipiona y su templo de la Virgen de Regla; las callejuelas empinadas y las tiendas de la artesanía creativa en Vejer; las bodegas de Chiclana, siempre en nuestro corazón.

Como también lo está Bajo de Guía, en Sanlúcar de Barrameda, localidad en la que jamás deben omitirse las tortillitas de camarones de la fama, allá por el Cabildo.

A esos prudentes y dosificados itinerarios (todavía habrá algunos más) los hemos apuntalado con encuentros gastronómicos; y, una cosa con otra, destaca en el atuendo de los caballeros esa relajación de la camisa casi siempre por fuera del pantalón. Vaya por delante mi conciencia culpable como cómplice, aunque no contento, en estos tiempos que han terminado dándonos ese compartido aire de taberneros, olvidados de cuando (y siempre hizo calor en verano), con mejor miramiento, eran de uso frecuentísimo los trajes de mil rayas.

De según qué recuerdos, está bien no librarse: ni a base de un “telefonino” por barba y con independencia de la diversidad de sus modelos.                                                                                                          

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