miércoles, 26 de octubre de 2022

El trancazo

 

Entre los profanos, que lo somos casi todos, tiene considerable extensión y predicamento el empleo del aumentativo “trancazo” para denominar con imprecisión metafórica un variopinto grupo de gripes, catarros y etcéteras que periódicamente nos visitan.

El trancazo tiene comportamientos de demonio invasor, con itinerarios caprichosos e intercambiables. Por ejemplo comienza con un aria de toses (productivas o no) localizadas en la zona de los bronquios, que ya de por sí no estamos seguros de lo que eso sea, si no fuera por la quemante sensación aneja; luego, con un cortejo de secreciones que piadosamente definiremos con el diminutivo “moquillos”, de consistencia, coloración y cantidad variables, va desplazándose, sembrando a su paso dolores óseos y musculares generalizados y la pirotecnia estremecedora de fiebres diversas en intensidad y vaivenes.

Y no descarta en esta exhibición la parte quizá más sádica del repertorio: cuando atenaza la garganta y clava en ella su afilada tortura de Gillette o de cristales molidos.

El trancazo, cuya duración por otra parte es imprevisible, carece por completo de encanto y suele dejarnos hechos unos zorros, incluso a los osos polares.       

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