viernes, 28 de octubre de 2022

El encanto que huye

 

Como pulidos cometas cuya trayectoria desconocemos y con frecuencia ni digamos ya su origen, que en ocasiones se tergiversa o confunde; como señales, no siempre modestas, de luz emitidas a espacio y tiempo.

Esas andan sueltas por el aire y nos van llegando, sí o no, antes, después o nunca. Ese encanto que huye tiene parte de su imprecisable e incontable influencia, de los rebotes y rizos que causan, y de los resplandores con los que reacciona cada uno de nosotros.

De manera que con una estructura de 7 notas básicas, la legión algo misteriosa de los músicos, de los compositores, nos ha ido dejando un copioso legado de piezas mayores y menores que (martillo, yunque, estribo, lenticular, etc.) alcanzan nuestro cerebro y -aniden en él mejor o peor- algo nos empujan el sentimiento. Que es cosa que conviene antes que nos disuelva una anemia de gregarismo.

El “tilín”, la brisa de simpatía, la gota conmovida que de júbilo o tristeza hará rebosar por instantes nuestra copa, corre ya de nuestra cuenta.

Y cuando el día elige un propio afán al margen de las solemnidades, vale una chispa como “Call me maybe”, burbuja de vino blanco (ahora que los antibióticos me lo retiran) que, entre las 7 notas básicas, igual inserta (¿Carly Rae Jepsen lo sabe?) juguetones ¡compases de amalgama!

-¿Seguro?

-Nunca.    

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