domingo, 28 de agosto de 2022

Tomás llama "a las puertas del cielo"

 

A través de internete (que si no es pozo sin fondo de sabiduría, puede que lo sea de información y confusiones) me llega la noticia de la muerte de Tomás Muñoz.

No pretendo, Dios me libre, ser gratuitamente irrespetuoso si, con tal nombre, no demasiado insólito, asumo que se trata solamente del poderoso ejecutivo que conocí apenas cuando de forma transitoria y apresurada fui “artista” de CBS.

Cuando Hispavox se desentendió de mí, lo cual nada sorprende, Manolo Díaz Pallarés asombrosamente me fichó para la escudería que gobernaba Tomás en Madrid y que se atrevió a publicar mis “Canciones de amor y sátira”.

Dos veces lo vi de cerca al “jefe”: una, creo, supongo, a la firma del contrato; en la segunda, ceremonioso que era él, me alabó una corbata que yo había comprado en Londres y llevaba puesta para la ocasión y me propuso hacer una versión de “Llamando a las puertas del cielo” de Bob Dylan, de quien declaro admiración y de quien admito alguna influencia que con posterioridad se ha ido desvaneciendo. Y claro que Muñoz (burócrata al fin, con la impostada superioridad displicente que confieren los altos despachos, inseguro de la calidad de mis canciones, y desde luego desconfiando de su rentabilidad comercial) pinchaba en hueso, con el autor numantino que yo era ya por entonces. Decliné su sugerencia y a poco rescindimos el contrato, con lo que debió ser cierto alivio mínimo y rutinario/administrativo por su parte.

No sé si en este tiempo deficitario quieren ascenderlo (méritos tendría) a leyenda de vaca sacra. Tenía, o le atribuyeron, una ocurrencia, un aforismo de discutible encanto: “la música no es una vocación, es un apostolado”, lo que para ser otro discográfico mercader, como todos, de nuestros sueños, ya sonaba a verborrea fantástica y apócrifa del Opus Dei.

Cabe otro panegírico, y es que a todos nos llegará el turno también de que Dios nos dé salud como descanso, etc.  

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