domingo, 15 de mayo de 2022

Ya pasó, ya pasó, no es nada

 

Domingo. Resaca del certamen. Subjetiva, claro y desde luego que para gustos, los colores. Así que 25 finalistas y lo que se veía venir (de nivel/desnivel) se cumplió sin esfuerzo.

La música levemente asomó por Portugal; menos, por Suecia.

Azerbayán (aquí mi ortografía es aventurada) apuntó sobriedad y quizá dramatismo; Suiza, sosería, aunque a Maritere le gustaba el reloj; Francia, un bodrio malamente explicable. No estaba sola en ello: ¿quién pensó que lo de Serbia o los enmascarados de lobos feos podían suscitar algo diferente del chocante y hastiado rechazo?

Luego Islandia y alguno más se disfrazaban de lejanísimo y equivocado “western”, marca blanca y mercadillo de los chinos, mientras que la compasiva y coyuntural solidaridad situaba a Ucrania en su lugar preferente, al aboluto margen de los méritos que se requerían para la ocasión.

A Chanel, Santiago y cierra España, se le abonan la evidente preparación profesional de su número, el ensayado rigor de la puesta en escena, el vestuario vistoso, de brillos que también fueron profusos en el atuendo del inglés -voz poderosa, melena trasnochada ya-, en la festiva elasticidad de la lituana, corte de pelo de fraile motilón; en la impresionante versión del velo del Jorasán que ostentaba el representante de esa delegación tan geográficamente “europea” que es Australia.

Algo de pena y nada de gloria para Bélgica, Alemania, Grecia, etc. cuyo improbable recuerdo ya se desvanece.

Y estremecedora la ocurrencia de recuperar como símbolo a Gigliola Cinquetti quien tampoco ahora “tiene la edad”, ya no.

La escenografía, luces, efectos, tecnología de la cara y por la cara. Hace años que eso no es un festival de la canción sino una gigantesca convocatoria que tuvo su “belle époque” y ahora vale como un reclamo para entretener masas y un analgésico discutible para este tiempo de dificultades y sin coliseo romano.                                

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