domingo, 20 de febrero de 2022

Tocar madera

 

Lo que la envidia de los mediocres jamás perdona es que el mérito y la excelencia destaquen en quien sea.

Lo que la vulgaridad detesta es la buena educación que se nota en quien sabe expresarse eligiendo bien y sin esfuerzo las palabras para un decir coherente, inteligente, lúcido, y todo ello con sosiego en el tono, sin descomponerse aun en la crítica o la denuncia de mayor contundencia.

Lo que el atávico, rancio y torpe odio de clase no tolera es un origen aristocrático que, como cualquier otro, toca por casualidad, y del que ni para bien ni para mal se puede hacer causa.

Lo que los ejemplares más rudos y cafres de “machote” (que los hay hombres y también mujeres) padecen atormentados es la superioridad manifiesta de alguna mujer.

 

Así que, Cayetana, no te descubro nada en el erizado calvario que te construyen tus enemigos; incluso cuando se disfrazan de sólo adversarios.

A restañar te queda -y no dudo de que ya estarás en ello- esa grieta de ingenuidad que enseña tu entereza, al declararte sorprendida de que te disparen desde tus propias trincheras.

A mí, que eso hace tiempo que me lo sé, no me queda más que tocar madera para que no desmayes, que seguramente es mucho pedirte, y para que sigas siendo un clavo, nunca ardiendo sino del mejor y más firme e inoxidable material, al que poder agarrarnos.  

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