viernes, 9 de octubre de 2020

De rondón

 

A veces me confunde y me sorprende

el ocioso vaivén de las neuronas,

el capricho con el que la memoria

nos cuela de rondón sus encerronas.

 

Éramos cuatro o cinco

en una calle de empinada cuesta

que pretendía casi con ahínco

ser descendiente de las faldas grandes

del Monserrate, allá por Bogotá.

A una hamburguesería,

por las encrucijadas de los Puentes

y el Hotel Tequendama,

bajábamos eufóricos: la yerba

da más risa y más hambre; y elocuente,

Córdoba dijo “cojamos un taxi

para llegar más rápido”.

 

Otras veces

Fiorilli y yo (los dos europeos

de aquella tropa tan varia y bizarra)

comíamos paellas en “La Barra”,

restaurante de cocina española.

 

La paella de ahora

y este ocioso vaivén entre las olas,

a más de medio siglo transcurrido,

me traen una canción cuyo sonido

de rondón cuela cierta melodía

que se pregunta qué quedó de entonces:

¿el resplandor de una alquimia de bronces,

para llegar aquí, hasta este día?

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