lunes, 19 de octubre de 2020

Ante mis dioses lares y penates

 

¡Los heraldos de la fama hacen resonar de nuevo sus bronces, tremolar sus albos y gráciles gallardetes para festejar otra vez tu estela que otrora con profusión protagonizaba los titulares de los más y los menos ilustres medios de difusión, cuando eras el paladín admirable que habías encandilado de éxito, eficacia empresarial, encanto personal incluso, a toda una generación que te encumbró como a un emblema, a un líder de proyección y méritos espectaculares, oh Mario invicto!

 

En mi ánimo motivan estas nuevas una memoria de trances, de sucesos que ahora ambos debemos examinar a la luz de la madurez viril y reflexiva que la vida y sus enseñanzas han hecho crecer en nosotros.

Distantes ya, tú y yo, que un tiempo glorioso fuimos inseparables, no supimos ni quisimos renovar en sucesivas calendas los laureles y mármoles de nuestra amistad. Y todo porque, a falta de otra causa, tu afición a la gomina capilar más clásica tuvo que chocar necesariamente con mis frondas de guerrillero que terminabas desaprobando con desdenes y acerbas críticas, a las que no pude por menos que oponer criterios propios de independencia estética y algún que otro matiz irónico de los que en mi sintaxis pocas veces faltan.

Aun así, celebraré sin animadversión tu presente felicidad a la que los rumores contemporáneos dan pábulo por mor de tu sentimental relación con una aristócrata, ¿paisana mía por más señas?, que ojalá sea amante musa y compañera de tus (lo que deseo) renovadas hazañas.

Ante mis dioses lares y penates por ello hago votos y dejo aquí esta constancia ilusionada.

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