miércoles, 17 de septiembre de 2014

El fútbol



(Prestad atención, ¡oh, huestes “carodingias”!: era football pero lo hemos adaptado.)

Dicen los sociólogos, gente meditativa y ocasionalmente errabunda, que es una actividad=espectáculo=fenómeno de masas que colabora con altruismo ejemplar para que los ciudadanos no se zurren entre sí más de lo indispensable.
El negociete baraja cifras siderales de dinero y suele estar poco al día con la hacienda pública. Esta actitud, remisa y con ribetes de clandestinidad, tiene un aspecto acaso comprensible, si nos fijamos (y lo hacemos con llanto en los apesadumbrados ojos) en la manera “excéntrica” y “de diseño” con la que se funde lo recaudado por Montoro ahora y por otros, antes y después. Pero es chocante porque huele (o sea, lo de siempre) a chanchullos y tratos de favor, a influencias de mercadería turbia en los saturnales anillos del Olimpo de los poderosos y a “reunión de pastores, oveja muerta”.
La oveja, multitudinaria y manejable, son los aficionados y, en general, cualquier habitante del mapa.
Circo romano con árbitros, denostados unos, y otros, sospechosos de..., un partido de fútbol consiste en dos “tiempos” de 45 minutos, cada uno. Durante el primer tiempo, 22 aguerridos y desconsiderados millonarios se dan patadas y pisotones, se empujan y/o sujetan agarrándose sin disimulo de la camiseta o de lo que se pueda, se insultan y se muerden con vistosa y estimulante ferocidad para que podamos entender de forma satisfactoria por qué los llaman “jugadores”. En el segundo tiempo, más “caballerosos” todavía, añaden fracturas de hueso, dislocaciones, esguinces, escupitajos recíprocos y gestos de odio, de esporádico racismo; expresiones todas de la deportividad que los adorna y de la laboriosidad con que se empeñan en mejorar la finura de sus relaciones, como todos hemos observado.
El público, libidinoso y antojadizo de suyo, aplaude, jalea, ruge y promueve el ambiente festivo, de manifestación democrática, cívica y popular, y sugiere algún detalle para incrementar el grado de ebullición de las emociones. Más de una vez, se ha comportado incluso con tal exceso de liberal entusiasmo que ha defraudado ampliamente las ilusas expectativas de los sociólogos, quienes, frustrados, suelen darse a la bebida.
Yo, de mayor, para poder comprarme esos automóviles lujosos que los futbolistas poseen y que nos dejan sin aliento, quiero ser uno de ellos. O un “hereu”.
¿Sabes lo que te digo?

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