lunes, 6 de febrero de 2023

El teléfono que llevamos encima

 

(Le dicen móvil; pero lo movemos nosotros.)

Difundido como un artículo de fundamental utilidad, y extendido con rapidez, implantado como uno de primera necesidad, ya es indispensable y no concebiríamos un mundo sin él.

Y con lo que tiene de novelería y moda, era seguro el extremo vicioso al que llegaría su uso, su abuso, sobre todo entre los jóvenes -y los niños ya- que, naturalmente y por inmaduros, son un campo abonado para el encandilamiento y la manipulación: ya tiene carácter perverso de droga y frívolos ribetes de “status”.

 

Como invento para la uniformidad y el sometimiento del rebaño; como cómplice de ese ¿futuro mejor? que nos quieren vender; como virus para fomentar un exceso de comunicación artificial y distanciadora, unos hábitos de vulgaridad compartida, a base de mensajes tecleados (que usurpan la función de la voz humana, su espontaneidad y riqueza de expresión y matices), el “juguetito” ha resultado un acierto y una herramienta implacable.

Un senderito facilón y tentador para acceder a formas del aislamiento y la soledad que no teníamos.

¿De eso se trataba, eh?

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