sábado, 2 de julio de 2022

Versos blancos, ¿qué?

 

Acaricia la idea

de un enérgico y firme magnicidio.

Su presunción no peca

hasta el extremo de creerse que es

el último elegido del Destino

para poner las cosas en su sitio

del que otros sátrapas que irán llegando

las descabalgan una y otra vez.

Sabe que vanidades y ambición,

las ansias desmedidas de poder,

el estúpido y terco relumbrón

no cesarán, pariendo

los perversos, dañinos esperpentos

que a la ruina a su nación conducen.

 

En las páginas de los historiadores

vuelve a encontrar al Senado romano,

Bruto y los otros altos conjurados

para dar al tirano puñaladas

y acabar con su cuento.

 

Es modesto: su determinación

no es heroica ni entrará en la leyenda

que glorifican lápidas de mármol,

inscripciones, laureles, efemérides.

Todo eso sobra; sabe que si a Kennedy

lo segaron sin gran dificultad

-porque matar es fácil-

lo de ahora y de hoy está en su mano,

y elabora su plan elemental

de eficacias que van a asombrar luego

a los telediarios que hallarán

en la noticia pasto de consumo.

 

¿Es el sueño de un porro fantasmal,

un antojo que crece en la espiral

de volutas de humo?                                             

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