lunes, 28 de octubre de 2024

Como con una gota malaya

 

se nos viene adoctrinando hace años, y con curiosa insistencia, en la conveniencia de asumir, o admitir, un axioma según el cual las mujeres serían más capaces, más listas o lo que se diga, que los hombres. Fuera de la impropiedad de esas generalizaciones, impregnadas acaso de un inocente o inconsciente aroma de rebaño, el propósito quizá requiere un acto de fe, del cual ni se me ocurre atreverme a suscribir ni a rechazar.

Me explico: mi parecer preferiría un enfoque que tendiese a una valoración individual, persona a persona, liberando de quincallas interesadas tan arduo laberinto. Pero así están las cosas.

Lo que refuerza mi punto de vista, dentro de la traca (que va a ser larguísima) en la que va ardiendo ese prócer inmaculado, esa Juanita de Arco del “feminismo” español al uso, es la contemplación desolada de las señoras que, contradictorias y balbuceantes, han asomado por la “tele” para prodigar, desde sus atriles rojillos, explicaciones embusteras y algún que otro desvaído paño caliente, renuncio o excusa inservibles ante los hechos.

Quiero decir que en política, y en mucho de lo demás, hay de todo y no están quienes debieran sino quienes están. Ellas y ellos, los torpes y los inteligentes, todo revuelto, ¿veis?

O sea, que (¡Padrón de mi alma!) unos pican y otros no.

 

-Y fíjate que lo que nos tenía preocupados era el drama de la Oreja de Van Gogh, con sus debatidas “cantantas”, y ahora, con esto, vamos a estar en un sinvivir de lo más chocante.

-Ya te digo.    

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