las palabras.
Así que ¿veneración, simpatía, interiorización admirada de una historia, unos
paisajes, unas costumbres? ¿Amor (pero a esa palabra, a esa idea hay que quitarles
previamente el manoseo típico, la extendida trivialidad, el desgaste con el
cual las malversamos) sin ambages?
Algunos
todavía tenemos (ojalá -el ojalá de los árabes- que muchos tengan aún) ese
sentimiento por España, que los renegados no saben lo que se pierden.
Pero para que
no se defraude ese amor, también necesitamos otra manera de llevar las cosas:
por supuesto que necesitamos muy otros gobernantes, que sean decentes y
eficaces, no la morralla habitual. Y lo que está sobrando y estorbando mucho,
por otra parte:
1/Las
incontinencias y caprichos de una bragueta real.
2/Sus
confidencias bocazas e imprudentes en el interrogatorio sonsacador y chantajista
de una puta (ella misma se califica así) que, para ser “la más cara”, no era ni de lejos la lagartona más guapa.
3/La tapadera
cómplice de presidentes, ministros, etc. aunque ya nos tememos que éstos no
tendrán arreglo.
4/La prensa,
la televisión y la radio, disimulonas o bajo presión, calladitas durante
décadas.
5/ La
escandalosa danza de millones (que la Hacienda Pública, claro, “tampoco veía”)
malgastados …
En fin, que monarquía
o república, lo que sea: pero sin golfos. Porque con este circo, con este
sainete grotesco de ruindad y mezquinas vulgaridades, es muy difícil que el
amor que decíamos permanezca, milagrosamente, intacto.
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