lunes, 5 de julio de 2021

Pensiones

 

Conviene tener presente que la política consiste, entre otras cosas, en la facultad de generar en el personal expectativas de solución a problemas que a todos nos conciernen.

Con más frecuencia de la deseable, las soluciones ofrecidas tienen visos de espejismo, de parches transitorios, de tente -vaya- mientras cobro.

Como ejemplo vistoso puede señalarse el estado del bienestar (¿del malestar?), uno de cuyos pilares es la teórica “seguridad” social con sus pensiones.

Lo espeso del tema es que los expertos que, tiempo atrás, construyeron ese edificio no quisieron contarnos toda la previsible verdad que seguramente anticiparon economistas y futurólogos y sociólogos y los que me falten por nombrar: que el diseño, más ilusionante y fantástico que realista y sostenible, daría para algunas décadas, no demasiadas, tras las cuales empezaría a desmoronarse indefectiblemente y, ya que su estilo era de pirámide, estaba peligrosamente abocado a resolverse en una estafa “piramidal” de las que ya hemos conocido algunas.

Elusivos, traficantes, temerarios, los gestores del despropósito vienen fingiendo que remiendan los agujeros con fórmulas cambiantes, algo contradictorias y/o disparatadas, que posponen la agonía y siembran confusión, inseguridad y desconfianza, tufo creciente del desastre que se vendrá, que se viene, encima. Porque el plan siempre ha tenido trazas de cuento de calleja travestido de apuesta, y el sueño del ciudadano-contribuyente (algo trufado de avestruz, de huida hacia delante y clavo ardiendo, de a ver qué pasa) se desvanece con las variantes implacables (demografía, tecnologías, geoestrategia, cismas económicos) que han hecho ya imposible la anterior realidad.

¿Qué apague el último?   

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