domingo, 18 de julio de 2021

Las removidas aguas del recuerdo

 

Mientras, en el horno de los sábados, Maritere preparaba ayer dos geniales paletillas de cordero para el almuerzo, escuchábamos las canciones hermosas que Simon y Garfunkel nos brindaron durante los 60 del XX.

Claro que se nos podrá describir como carne de cañón para la nostalgia. Matizo: para la decorosa, legítima nostalgia. Porque toca defender el arte de una época contra los desdeñosos ignorantes que ahora (cuando tantos cometen eso de “preveEr”) quizá se burlan, o no conciben unas ilusiones doradas que se desconocen hoy, en el vigente atropello bárbaro de la tecnología y su ausente y menospreciado humanismo, que disfrazan con insolencia de “progreso” y “civilización” tan, ay, discutibles.

Por supuesto que no estábamos inventando el mundo: ya estaba inventado, con Vietnam incluido y otros salvajismos. Pero lo que tuvo de apuesta valiosa fue la energía valiente de una generación idealista que consiguió volcar ciertos cambios por todo el planeta. Semillas que, contra viento y marea, puede que no se agosten por completo y rindan, a la larga, nuevos frutos en un porvenir mejor encajado que este presente.

 

Con mis fantasías soñadoras de músico joven a cuestas, recalaba yo en la tienda de discos de Pedronel, Chapinero, Santa Fe de Bogotá, para alguna parrafada y la compra selectiva de álbumes (L.P.) que iban saliendo.

Para escuchar aquellas preciosas canciones que el magisterio USA prodigaba; para la deliciosa puerta abierta que, entre otros, el inspirado dúo nos regalaba, por relativa que fuese nuestra tierna identificación con el personaje de “El Graduado”.                        

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