martes, 6 de julio de 2021

En el saco roto

 

de su imprudencia, de su egoísmo y de su insolidaridad caen las recomendaciones.

Los jóvenes y los no tanto que conforman las hordas multitudinarias del botellón y “festejos” afines son irrecuperables.

Cuando esos comportamientos empezaron, varias décadas atrás, ninguna “autoridad competente” se atrevió a contrariarlos, extirpándolos de raíz, porque caer simpático y tolerante con el cachondeo de las libertades (que eran tan malamente entendidas) tuvo prioridad sobre la sensatez y el correcto uso, ni invasivo ni abusivo, del espacio público.

En la presente etapa, recrudecido el fenómeno con las ansias incubadas durante la pandemia, va yendo a peor, proliferando en peleas (menos esporádicas de lo que quieren disimular algunos) que van pareciéndose al desmadre que los documentales nos muestran entre los cocodrilos y los ñúes del Serengeti.

 

De la ausencia de la buena educación y del orden necesario se nutren estas inercias impresentables. De eso, no los salva la vacuna.

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