miércoles, 21 de julio de 2021

Érase una vez

 

en un país multicolor, que el presidente del gobierno se rodeó de un gabinete de ministros que, en número creciente, abundaba en mujeres.

Lo más desconcertante no era esa singular, bastante insólita floración: lo que, poco a poco, fue generando curiosidad fue el hecho de que tales designadas a dedo eran, una y otra vez, personas (¿de escasas luces?) que demostraban excéntricos desvaríos mentales y notoria incompetencia.

Cuando, muy intrigados por el extravagante rumbo de los acontecimientos, los más avezados analistas y politólogos realizaron una de esas investigaciones que pomposamente llaman “en profundidad”, se descubrió la perversa estrategia, el plan sibilino que con tanto disimulo desarrollaba aquella trama implacable: el propósito no era otro que, so capa de promocionar a las esferas más brillantes de la responsabilidad a exponentes de un peculiar feminismo, éste se precipitara por un tobogán de descrédito y ridículo, dada la deplorable actuación de los “ejemplares” seleccionados.

 

Las conclusiones, terminantes, lapidarias, del citado informe fueron enviadas a Europa, donde ya hacía tiempo que, haciéndose cruces católicas o protestantes, se observaba al país en cuestión con la natural y consternada alarma de que tuviese el gobierno más imbécil de todo el Continente.                             

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