domingo, 23 de mayo de 2021

Eurovision 2021: no estamos saliendo bien de la pandemia

 

Si las músicas fueron así, no queremos imaginarnos las letras.

Años ya del mestizaje, la globalización y las otras monsergas nos han ido trayendo al festival aires caucásicos, magiares, cosas como de cosacos o lo que sea, líneas melódicas de “inspiración” pintoresca, de folclóricas fuentes exóticas.

En cambio, quizá como reacción o como desorientada añoranza de lo que pudiera ser cronológicamente un más o menos estilo fundacional del certamen, la canción francesa de anoche sugería el sarcófago con temeridad destapado de la Piaff, quien de esta forma es imposible que descanse en paz. Nos pareció innecesario.

Pero como Uds. saben, hay que tener a mano ese dispositivo que conocemos como mando a distancia y cuyo uso radical elimina el sonido (por ejemplo) y el oído descansa mucho. Así que…

Permitiéndonos apenas la escucha completa de la canción de Portugal, la de Bulgaria, tal vez la de Noruega; iniciando con desconfianza (y huyendo en seguida) los mínimos compases de las restantes, la sesión de tortura se redujo:

al exceso, ya machacón, de los interminables trucos visuales tecnológicos; las muestras de unas cuantas “barbies” con ropitas brillantes, plateadas o así, desmelenadas furiosas de ese L’Orèal porque ellas lo valen; unas empachosas coreografías de cristobitas frenéticos, muy pasados de acrobacias…

Y poco más. Lo que impresiona sobre todo es que el nutrido público asistente parecía disfrutar, entusiasmado, jubiloso, con este concurso de canciones para tontitos.

Desde el sofá y la incomprensión, anoche acumulábamos un considerable cupo de penitencia a cuenta del tiempo de Purgatorio que nos corresponderá tras el Juicio Final.                       

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