sábado, 18 de marzo de 2023

Cosas veredes...

 

En sus seductoras y brillantes novelas, García Márquez adoptaba quizá la probable costumbre popular en Colombia de llamar “turcos” a los emigrantes que allí se establecían, procedentes que fueran de Siria, Líbano, Egipto, etc., más o menos todo por junto.

Y a los cuales caracterizaban unas frecuentes condición y ocupación de comerciantes y tenderos, con tradición entre real y legendaria, trasplantada de un lado al otro del mundo.

Pues bien, henos aquí que Shakira ha debido heredar esos genes vendedores, si observamos el astronómico éxito comercial de una su carrera artística que favorecen los vientos de un público con peculiares niveles de entendimiento y exigencia musicales.

Para redondear la etapa reciente de su evolución, esta primorosa intérprete de la canción ligera ha incorporado a una colaboradora “paisa” (que es como familiarmente les dicen a los del Medellín colombiano, famosos asímismo por su laboriosidad y habilidades mercantiles), de nombre Karol (con “k” de vascongado/okupa) y de apellido “ge” punto.

Y, sobre la marcha, culminan un “tándem” que con sugestivos contoneos (nalgas con ritmo “sabrosón” agitadas, pronunciamientos de pelvis, que con orgullo podrían reclamarse de Presley y Jackson, sinuosos y algo convulsos deslizamientos corporales de “animalitas” en celo) refrenda sus diatribas y las seguro que comprometidas reivindicaciones que esmaltan la canción protesta de nuestros días.

¿A esto se refería Dylan con lo de que los tiempos están -estaban- cambiando?  

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