viernes, 31 de marzo de 2023

Bien mediados los años 60,

 

siglo XX, cuando era impensable que llegaríamos a la basura de Bud Bunny y otros mutantes de su calaña, Procol Harum se destacó como un perro semiverde que tenía en la calidad y el algo misterioso repertorio una propuesta muy interesante para los aficionados.

Que su relativa rareza, o diferenciación, fuese un estorbo para calar pronto en las mayorías, no impidió, ahí la paradoja, que con éxito extraordinario e igual mérito se difundiera la Blanca Palidez, que a través del tiempo ha seguido ganando en admiración compartida y prominente referencia musical.

Pero había más canciones de fuste. Y puede que el ejemplo más interesante fuera “A salty dog”, de dramática solemnidad, de sugestiones navegantes, cierta decadencia estética en el relato, recia leyenda indirecta y música de excelente intención.

 

Del texto de ésa y otras muchas, fue autor Keith Reid, ángel, quizá tenebroso, en el ángulo, secreto astrolabio de aquellas singladuras, quien ahora descansa, o sigue escribiendo, ya en paz.

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