martes, 20 de diciembre de 2022

A los angloparlantes del "guasa"

 

A lo largo de la Historia, y con los matices que se quieran, el público, el pueblo, ha sido y sigue siendo ignorantón o de escaso criterio, que ya los poderes de turno se dan mañas para mantenerlo así y manipularlo mejor.

Por eso, los sistemas políticos que se basan en el voto (a menudo engañado, traicionado) resultan una suerte de callejón con poca o mala salida. Castro y Hitler son relevantes casos de cómo encandilar a la gente, ponerla a su favor, y llevarla al desastre.

Así que los “órganos de representación” que con tanta frecuencia ponemos en solfa y acusamos con razón de que “no nos representan” tienen mucho de trampa y de burdo recochineo.

La “sagrada e inapelable voluntad del pueblo”, expresada y dirigida por esos COMBINABLES “representantes”, podría enloquecerse y, por ejemplo, decretar el brócoli obligatorio o cualquier otra aberración caprichosa. Por lo que se hace indispensable el arbitraje y el control de las leyes y de los jueces que las aplican.

Caben siquiera dos preguntas vertiginosas: ¿quién es el árbitro de los jueces? ¿Y en qué universo paralelo -Sheldon dixit- serían independientes e impecables? Nunca lo serán, desde luego, si los nombran los gobiernos, que siempre son aficionados al mangoneo.

 

Por todo ello, el patio está como está: hecho un espectáculo defectuoso para el consumo (no tanto pan -inflación galopante-; mucho más circo -políticos pintones, campeonatos de fútbol, cotilleos de la entrepierna, abundantes festejos vacacionales y embelesos tecnológicos-) de todos nosotros.

Cómo mola, troncos.         

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