lunes, 12 de diciembre de 2022

La caricia de esos timbres

 

Cuando “llueve a mares”, que aquí, en la playa, tiene algo de pleonasmo y, por muy bien que eso le venga a los pantanos, Ud. no puede salir de casa, Internete es un interesante recurso para el entretenimiento.

Y así se descubren asuntos, cosas, personas como Erik Rydvall.

Claro que hay que atender al contexto de esa traducción (¿quizá impía, robótica/automática?) de la máquina para que separemos el grano de la paja en el momento en que se le llama, con descuido pintoresco, “jugador profesional”, que suele sonar a otra cosa, y que debería haberse precisado como instrumentista que, en este caso, tañe un artilugio musical de misteriosillo aspecto y sonido añejo y cautivador: NYCKELHARP (sic).

Creo que Santa Teresa decía que también entre los pucheros podía estar o buscarse a Dios. Conque Erik (con los ojos cerrados, cosa del nirvana) busca a ese otro dios que fue Bach y nos lo hace llegar desde la corriente habitación de un hotel o con un despreocupado fondo doméstico de muebles de cocina y grifo de fregadero, nota de humor que resalta todavía más la maravilla de la música.

Luego, en muy diferente lugar, que parece capilla cristiana, termina de engancharnos con la Högtidsmarch a cargo del Drottningholm (si Ud. supera esa ortografía torturada de consonantes, puede seguir con alivio) Baroque Ensamble, como de manera convencional se nombra a ciertas agrupaciones musicales; y cuando Ud. se note que la arrulladora caricia de esos timbres le eriza el vello, coincidirá conmigo en la incomprensión y el rechazo de Maluma y otras promocionadísimas subespecies.       

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