sábado, 16 de noviembre de 2024

No se precisa mucho

 

Una modosa señal, una reflexión, ni tan profunda; una anécdota que se glosa ante el conocimiento general, extendido, que a cualquiera sin dificultad llega.

Con la actitud asustadiza que a los conversos aconsejaba el disimulo, en tiempos pasados -¿y no tan idos?-, los conejitos guardan silencio en sus madrigueras, incluso cuando no es impensable que, al plazo que sea, la correspondiente y personalísima inundación venga con “las peras al cuarto”.

Incluso cuando, alternativamente y en azaroso descampado, los sorprenda e inmovilice la luz de los faros de un automóvil que se los va a llevar por delante, qué lástima tardía, cómo íbamos a pensar que a nosotros también; incluso cuando, en el titanic que sea, ocurra que no había bastantes botes salvavidas, etc.

Si Almodóvar no anduviese en sus cositas, acaso filmara, para pasmo de espectadores, un documental que podría titularse, con permiso de la reminiscencia, “El temblor de los conejitos”, si Hopkins y la Foster se dejaran.                       

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