Leyendo
previamente un papel en el que se redactaban “justificaciones” inservibles e
inverosímiles, rebozadas en “balones fuera”, Begoña dear, te encastillaste en un silencio absoluto de minúscula e
insípida esfinge que, con apariencia impermeable, escuchaba el repertorio
riguroso de preguntas, en la Comisión de turno.
Cabe imaginar
el mal rato, que no es más que una de las consecuencias del comportamiento
-extravagante y otras cosas- que vienes ejerciendo desde tu condición especial,
digas lo que digas, o lo que digan los demás, Raphael dixit. Un mal rato que ni
el blindaje de la ambición y el cinismo, ni lo que se decía coloquialmente “más conchas que un galápago”, pueden
disminuir, ese infinitivo que la cursilería de moda en los ordenadores ha
transformado en “minimizar”, muy
cerca ya de onomatopeya para llamar al gato doméstico, quien lo tenga.
Trance obligatorio,
entre tus excursiones turísticas a la India, o la inminente al Brasil, etc.,
mira qué bien que Peinado te aplaza tu cita con él, según la “tele” hasta el 18
de diciembre, que falta más de un mes, se ve que hay un tajo agobiante en los
juzgados.
Desmontada tu
fantasiosa titularidad académica, no te faltarán asideros para que “no te pase
ná”. Pero, Begoña dear, qué bochorno.
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