Quienes por
esta vez nos hemos escapado de la ruleta de la muerte y la destrucción, estamos
con los pelos de punta y el ánimo por los suelos.
Con lo que nos
muestran por televisión, esa realidad que la catástrofe iguala con la guerra,
es imposible hacerse cargo de cómo están, de cómo se sienten las personas allí.
Es como si no
se fuera a resolver nunca, como si no fuera posible poner de nuevo todo aquello
en pie.
Las declaraciones
de los entrevistados por los reporteros -ellos mismos, consternados- que allí se
desplazan son estremecedoras.
Para colmo,
con crueldad absoluta, está habiendo pillaje, saqueos, incluso casos de
especulación con según qué precios de lo más básico.
En el origen
y en las consecuencias de este espeluznante desastre hay demasiados culpables y
demasiadas negligencias y desahogos imperdonables.
Va a ser
larguísimo y durísimo. Y como mínimo, convendrá tener memoria.
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