sábado, 14 de septiembre de 2024

En lo que estamos

 

Aunque con insistencia (y tiempo y extraordinarios recursos) el Estado haya ido amoldándonos a los usos y efectos de la corrección política y sus hipocresías, el tema -como se dice- “se nos está yendo de las manos”.

Y con mayor frecuencia, el paisanaje va hablando de lo que  pensamos unos con otros, aunque muchos todavía remolonean en el disimulo porque está la moda del buenismo que es lo que mola, lo que queda bien: me refiero a lo de no tomarse la justicia por su mano que quizá es modo de hablar popular, también algo rústico, que mejoraría si dijésemos “por propia mano”, pongo por ejemplo. En todo caso, pasando de los detallitos sintácticos, prosódicos o los que sean, todo el mundo entiende la idea que, por cierto, no anda lejos del concepto de “defensa propia”.

Que sí, que la opción de vivir en la selva es peligrosa. Como también aspectos de vivir en nuestra sociedad presente tienen tela, telita, tela. Pero si el Estado (con la pasta gansa que, más por obligación que a satisfacción, cuesta financiarlo) pretende que nos sumemos con gustosa convicción a los postulados vigentes, tendrá que defendernos él, y hacerlo bien y sin tardanzas impresentables, tendrá que garantizar un funcionamiento que, por desgracia, está a años luz de la realidad. Ojo, políticos, ya vale de chuleo.

 

Con criterios cuya liviandad y ocasional frivolidad no parecen tener justificación bastante, se vienen redactando y poniendo en marcha las que llaman leyes garantistas, con derivadas, con agujeros de imprevisión, con imprudencias que terminan facilitando el crecimiento del número de delincuentes de todo jaez y además, demasiadas veces, la casi impunidad de los reincidentes, cosa inaudita que rebaja y/o anula el respeto debido. Conque estamos en el más desorden y más abuso.

Urge revisar el código penal, no tanto para la boba simpatía populista sino para la eficacia. Porque la policía hace lo que puede y normalmente los jueces, aquello con lo que se encuentran; y no se trata solamente de poco presupuesto y pocos medios.

Cuando no, el sentido -el sentir- común de los millones de pacientes afectados, fijo que se desbordará. Que no se pongan moños los suavones ni los meapilas, por más que no sean los tiempos de Fuenteovejuna.

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