miércoles, 11 de septiembre de 2024

La sima

 

Donald y la Harris se vieron las caras en el pulso que por televisión se han echado, para que el personal vaya decidiendo quién se llevará el gato correspondiente al agua en los USA.

Con más apasionamiento que conocimiento, los profusos papagayos que nos explican el mundo desde las tertulias, han ido exponiendo sus pareceres, variados de color, escorados del lado que cada uno adopta, con trastienda de intereses, ideologías o memez básica y coyuntural.

Una sima se ha abierto entre ellos que no parecen tener en cuenta lo arduo de la cuestión que suscita tales desacuerdos; ni que, por el momento, muy en ella (a la sima me refiero, Saramago) estén reparando:

¿Dónde se va a colocar, ya que no el ortográfico, el acento fonético que definirá sin ambages ese nombre exótico, esa nueva era que nos propone Kamala o Kámala, que divide a los opinadores y retrasa un consenso en cuyo compromiso no haya más remedio que implicarse y con el que sentirse concernidos, vinculados sin excusa posible?

¿Y cómo dejarse en cambio engatusar por la controversia de un acento andaluz (ceceante o seseante que ello sea) con el que acusan a Doña Esperanza de mofarse, lejos de toda caridad cristiana, del imposible trampantojo falsario con el que la Montero quiere, insolente cum laude, que nos traguemos esa perla con la que jamás habría soñado ni la Shell Company?

 

Sutiles laberintos, titubeos abstrusos que andan desvelando el sueño, ya de por sí discontinuo y fugaz, del Hipocampo quien, con ilusa determinación, solía defender la indispensable diferenciación entre un sólo y otro solo.                   

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