miércoles, 1 de octubre de 2025

Gastronomías

 

Como de manera natural, voluntaria y agradecida se corresponde a una cariñosa y cortés invitación (y más, si de nuestros “niños americanos” se trata) hemos concurrido hoy al experimento del menú/degustación que en un local gaditano condecorado con estrella michelín se ofrece con cierta presuntuosa impunidad y muy mediocres resultados.

Tenemos ya demasiadas referencias de estos sitios que, bajo capa de supuesta sabiduría y “vanguardia” gastronómicas, encandilan a los “snobs” (y sólo porque éstos, boquiabiertos de admiración lela, se dejan y aplauden el timo).

El servicio fue lentísimo, con la coartada litúrgica de dar al comensal un tiempo de reflexión y apreciación de unas “maravillas” que no lo fueron; las explicaciones no solicitadas de tradicionalismo y arqueología pobremente históricos, intentaron sin éxito predisponernos a favor de las minúsculas muestras de quizá prolija elaboración pero frustrado y discutible encanto; la vajilla, algo atípica, mas no en exceso ocurrente; la decoración, la iluminación del restaurante, barata y poco solvente, incluso con su pretensión minimalista…

Colar -intentar colar- como finura y trato delicado y audacia aventurera y elitista (con dejos de estrambótica superioridad) lo que no es sino corriente tontería, no sedujo nuestro criterio ni nuestro paladar, de suyo independientes y curtidísimos.

Por cierto, las briznas del atún (insolentemente comparado con el jamón ibérico) que el camarero/”chef” corta con largo cuchillo y va sirviendo con parsimoniosas pinzas mientras habla casi encima, deberían protegerse y protegernos con alguna meritoria mascarilla, por más que el covid ya apenas se recuerde…

Para todo eso (no hace falta más) ya venimos padeciendo un larguísimo siglo de “arte”, que sobre todo es, y solamente, ni siquiera abstracto: abstruso.     

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