En el arte,
que también es espectáculo, del toreo, es considerable la huella, la influencia
y la independiente trayectoria que Morante de la Puebla ha significado durante
años.
El mérito, la
técnica (si puede decirse así), la entrega y las facultades de valor y
entendimiento en ese asunto, que los ignorantes desprecian, avalan sus tardes y
su no discutida importancia.
Añádase a
ello la clarividencia, si se quiere menor, o no, de incorporar, recuperar y/o traernos
de vuelta unas estéticas que, de reminiscencias o bien de directas
innovaciones, han coloreado -más allá de cualquier rancia querencia de añejos y
“ortodoxos” veteranos- el contemporáneo devenir de la fiesta española por
antonomasia, plena de tradiciones y legado cultural y artístico, a pesar de sus
paniaguados y cerriles detractores, idiotas de la falsa “modernidad” y los titiriteros
escrúpulos de conciencia, que jamás les asoman ante cuestiones sideralmente más
graves y urgentes.
Morante se
retira de los ruedos, lo que otros hicieron antes y, ya se verá en su caso,
volvieron a volver, porque es mucho y hondo lo que una religión así requiere de
sus feligreses.
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