es este mundo
y vana presunción fuera creer que podemos conocerlo más allá de muy pequeños
límites, de señales que, de repente y con calidad aleatoria, internete -y aquí,
de algo tenía que servir- nos arrima.
Fácil cosa
que esa lateral coincidencia, que algo tocayos nos hace, iba a llamar mi
atención, por dispersa que ésta sea. Ahora me pregunto qué ancestros de
navegante o colonizador aventurero andan enredando por las ramas remotas de su
árbol familiar.
La cosa es
que esta Olivia Rodrigo, cuyo muy salpicado recorrido glosa de modo abundante
la Wikipedia esa de nuestros pecados, con el lenguaje, las maneras y la mirada
de su generación, se abre paso (y yo sin saberlo) en la jungla de la música, de
las canciones que (en su caso y tras una aproximación provisional y claro es
que tardía por mi parte) van tratando especialmente del dolor que a su
sensibilidad de chica joven aporta una nómina de novios que no le salieron
buenos. Y como la compositora es naturalmente subjetiva, seamos cautelosos en
el reparto de las responsabilidades: queremos creer en las palabras que Olivia
escribe, y bien por cierto, desde su sentimiento; también reconforta observar
que de vez en cuando su rebeldía y su vitalidad consiguen salir a flote,
reaccionar contra la adversidad. Todo el panorama, pues, propio de las cosas de
su edad, “ganges del oficio” fíjate,
Olivia, y que hay que contar con que el amor es a menudo espejo de dos caras,
arma afiladísima de la que todos acusamos una, y aun varias, dentelladas.
-Cambios y sorpresas, tiempos diferentes, otro
mundo…
-Algo sí, ya lo veo; y que se puede escribir lejos
de la basura rapera, como hace la tocaya.