miércoles, 15 de junio de 2022

D'Alembert

 

Durante años nos ha llamado la atención y sin proponérselo ha espoleado nuestra curiosidad hasta hacernos formular conjeturas, con seguridad ociosas y extravagantes, sobre su condición y características que nos motivan para discurrir con fantasía y cotillear sin fundamento.

Aunque hoy ya no es algo inusual, a su edad no tan joven permanece viviendo con sus ancianos padres en un chalet próximo, en cuya puerta figura ese apellido familiar, de ortografía y remotos orígenes galos.

A veces hemos observado su enigmática figura en absorta concentración ante la pantalla de un ordenador, como preparando las oposiciones previsibles a un funcionariato, sin distraerse con los pájaros que juegan por el aire de su jardín. A nuestro ocasional paso, nunca hemos cruzado palabra, desde luego.

Otros días (y esto nos inquieta realmente), a última hora de la tarde o a la prima noche, incluso en el invierno desapacible, desciende de manera oblicua hacia la playa y en la solitaria lejanía de su casa, entra en la mar, casi siempre portando una tabla de surf con la que se pierde, olas adentro, entre movimientos y balanceos que denotan una evidente inexperiencia.

Nos preguntamos si acaricia la tentación de un eventual suicidio que causaría el correspondiente revuelo en toda la comunidad; aunque, por otra parte, fuera de nosotros, nadie parece haber reparado en estos hechos, que serán, un día del futuro, objeto de las más minuciosas, tardías y acongojadas investigaciones.                                    

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