martes, 22 de septiembre de 2020

Nada nuevo

 

Un clásico. Hasta Samaniego (o quien lo hiciera) debió servirse del caso como fábula vistosa, ejemplar.

Nada como juntar a una farola y a una polilla para que el desenlace sea bastante previsible.

Y claro que la ambición de la fama y el dinero (tan en apariencia fácil ahí) son tentación poderosa.

Pero esa trampa en la que se cae, en estos tiempos en que de todo hay noticia, por lo menos no anda con mayores disimulos.

Así que, no procediendo abonarte la ingenuidad que, después de tantos años de “oficio”, imposible es que no se te hubiera caído ya, mucho riesgo, tú y otros, habéis tomado al jugaros tan temerarias bazas contra una máquina que sistemática y sucesivamente se finge acogedora, casi cariñosa con sus “hijos”, para luego ensañarse en su minuciosa y sangrienta destrucción.

Esa máquina, ese escaparate de corrupción seductora, también a vuestra más boba vanidad lisonjea; tanto que ni una polilla resabiada como tú, con tus modales entre rabino y jugador de ventaja, ha sabido sustraerse al embrujo. Y ahora no te queda sino someterte a las mofas sádicas con las que tus miserias y trapos sucios se exponen, a cambio, eso sí, de unas migajas con las que -- bálsamo poco suficiente -- te hagas a la humillación y al íntimo rito de lamerte las propias heridas, Antonio, quemarte en la farola que, como otros idiotas, elegiste.

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