miércoles, 9 de septiembre de 2020

Los Hados y Lady Taladro

 

Con la determinación pintada en el rostro, pertrechada con el maletín y las cajas (latón polícromo en relieve, mantecados y otras delicias de “La Despensa de Palacio”) que contienen el creciente surtido doméstico de las herramientas, Lady Taladro emprende, en estos días de reformas y así, la ejecución rigurosa de orificios que van a albergar el repertorio de pequeñas piezas (tacos, escarpias o alcayatas, cáncamos, hembrillas, tornillos, aunque es posible que mi ignorancia mezcle redundante sinónimos castellanos y andaluces, etc.) para sujetar y/o suspender una variada colección de cuadros, lámparas, perchas y similares que regresan a o inauguran puntos de colocación por la casa.

Mide distancias y tamaños con insistente fe en la teórica perfección de paredes y suelos. Cuando mi proverbial escepticismo (mi desconfianza general en el comportamiento de la especie humana) le sugiere el clásico desdén que, en la construcción previa, operarios de toda laya conceden a la horizontalidad y a la simetría, apenas deja entrever la duda y prosigue con resultados que suelen ser positivos.

Entonces admiro el porcentaje de éxitos con que los Hados premian su laboriosidad, como solazándose en desautorizar mis frecuentes zozobras, la inseguridad que en tales trances se enseñorea de mi ánimo y lo cubre de sombras.      

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