Se puede
perder tiempo en si brutalist suena
mejor o peor que brutalista, pero
allá se lo hayan los delicados.
Así que larga
“peli” que consideradamente incorpora intermedio, aunque palomitas y otras
chuches ordinarias, que ya no existe el propiamente dicho ambigú. Y alivio en
el mingitorio.
Post-guerra
mundial segunda, emigrantes a USA, los que pudieron, irse o escaparse, y
denodados esfuerzos por la integración, choque de estilos y culturas, etc.
Años
convulsos, de socialismos y demás “ismos” empeñados en la industrialización, la
colectivización, las vanguardias, todavía no se usaba lo de progre, de todos los
movimientos y planteamientos que imaginarse pueda, gigantescos trastornos mucho
antes de nuestra canija y ridícula y timadora “movida”.
Aforismos,
para gustos, los colores, y otro que sostiene que hay gustos que merecen palos:
se ensañaron el arte y casi todo lo demás con la manía del cambio y los
rechazos de preferencia iconoclasta y sobrevinieron lo abstracto, lo cubista,
el (con permiso) adefesio general de gran parte de la Bauhaus, las evidentes
necesidades y exigencias del puñetero siglo XX y lo que te iba a rondar, morena,
que mucho cuento chino también, ganas de confundir y alienar al personal,
volverlo rebaño más manejable cada vez y echarle a perder los gustos.
En medio de
este panorama se sitúa la odisea singular del personaje a la medida de Adrien
Brody, actorazo de suyo y que también le ayuda mucho ese rostro de tragedia y
sufrimientos. La crítica, esta vez casi unánime en sus ditirambos, y los
premios numerosos respaldan este “film” que
tiene molla indudable por más que hacia el final decaiga y tenga asomos de
decepción.
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