De
ese escaparate de frivolidades que con delicadeza y familiaridad misericordiosas
llamamos la “caja tonta”, nos van llegando los temblores y las patologías de algunas
funcionarias que pretenden reformarnos el idioma como paso conveniente para “reformarnos”
la mente y de paso las conductas, tramo final del trayecto.
Las
más notoriamente abanderadas se dicen a sí mismas “unidas”, con manifiesta
falta a la verdad, ya que son gente muy dada a las zancadillas recíprocas y a
las intrigas rencorosas que tanto tiñen a nuestra casta (¿“s’acordáis”?) politiquera.
Un
copioso repertorio de bufonadas y deformidades esmalta y avala su propósito:
reventar el vocabulario de la buena comunicación, dinamitarlo para que se
cumpla el adagio -modificado- de “confunde y vencerás”.
Un
último, o reciente al menos, brote de esa subversión “de gilicoñeces” es la
oferta, que quisieran imponer como norma, de que llamemos PROGENITORAS
GESTANTES a las madres.
-O sea que, en adelante, si yo te veo con
buen aspecto, a pesar de tus años, tendré que olvidarme del clásico “tío, estás de puta madre”, para sustituirlo por el innovador “tío,
estás de puta progenitora gestante”.
-No sé qué te diga. Además de ser un
circunloquio rebuscadísimo, incita a pensar con suspicacia que es elogio
irónico, ponderación capciosa y dubitativa, despojados de la entereza castiza
que implica la fórmula de costumbre, ya tan acreditada.
-Habrá que plantearse, eventualmente, si
a las locas que andan sueltas se les debe ingresar en manicomios (¿centros de
regeneración de la salud psíquico-mental?) o, si se demostrare que, otrosí
digo, sólo son terroristas de la Lengua Española o malversadoras agravadas de
la misma, delincuentes simples, se les conceda una estancia de variable
duración, una temporadita entre unas rejas que, para su alivio, carecerán de
mocito que, deshecho en requiebros, las camele, y sin las macetas de flores que
suelen ser ornato colgado de los barrotes de tradición, profusos en arabescos
de hierro forjado.