sábado, 2 de febrero de 2019

El espía


El trotecito corto con que agita
el frenesí ortopédico del brazo
cuando, dando bandazos,
sale a fisgonear de su garita,
es pintoresca seña de su porte
que vemos repetida por la tele,
en las veredas de la Villa y Corte:
trampas y “micros” bajo los manteles.

Con su precario camuflaje a cuestas
--la gorrilla canalla, el cartapacio—
no parece astronauta del espacio
ni caballero en un cantar de gesta
sino un vulgar espía sainetero
que Santiago Segura pergeñara,
un “Torrente” que por los mentideros
metiera en todas partes la cuchara.

La honra de los próceres preclaros,
el destino de la Nación entera,
¿cómo pensar que fueran
expuestos tanto a tanto desamparo,
a tanta pringue rancia y traicionera?
¿Y es posible que tales apariencias
no nos hayan servido de advertencia
y arriesguemos, inermes, el pellejo,
sometidos al cutre catalejo
y calamitosísimos manejos
de un personaje como Villarejo?

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