martes, 26 de febrero de 2019

Toponimias

Es como si cosas que una vez vivimos, le hubieran ocurrido a otra persona; puede que porque el Tiempo (y nunca nos fuimos dando cuenta suficiente) pesa, influye, modifica más que ningún otro fenómeno a nuestro alrededor.
En estos días, sucesos graves, lamentables tienen lugar preciso entre Cúcuta y San Antonio de Táchira, nombres que resuenan en mi memoria, frontera que una vez crucé, volviendo desde Caracas a Bogotá, entre el entusiasmo de unos instrumentos de música adquiridos para el grupo de entonces y la peligrosa inconsciencia de mi indefensión, solo en un taxi cualquiera, por aquellas carreteras de Dios en las que cualquier cosa, incluso encontrarme a Fitzcarraldo, pudo suceder.
¿Qué tirón empuja a tales temeridades a los veinte años? ¿Qué fortuna, qué casualidad protege y blinda las imprudencias, las jugadas cuyo alcance temible ni siquiera sabíamos imaginar? No me reconozco.
Y contado así, podrá decirse que exagero. Pero --sólo ahora-- sé que no. Ahora, cuando escucho por televisión nombrar esos lugares que extrañamente figuran en mi historia, en asuntos personales que el recuerdo tendría que esforzarse en detallar, y cuyas luces se han perdido en parte, niebla tras niebla, noche tras noche.
-- Como el título de aquella canción de Solera.
-- Correcto: una letra que escribí, de amores frustrados de los que, en el corazón, ese motor veterano, andan destilando el dorado (¡Eldorado!) resplandor de la vida y sus leyendas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario