martes, 6 de abril de 2021

Françoise Hardy

 

Aquello era antes de que llegásemos a lo de ahora.

Muchas cosas han cambiado. Todos nosotros, aunque también podría sostenerse que igual conservamos un hilo conductor que a cada uno nos identifica y reconecta de por vida. Comecocos.

En todo caso, el planeta, con su fuerza de gravedad, picarona y asombrosa, nos mantiene a él pegados, no nos permite salir flotando ni descolgarnos. Hasta el “polvo y ceniza enamorados” son/somos incapaces de esquivar lo más sofisticado del reciclaje, ese destino relativo de indirecto abono.

Internete: estos años, tu cabello blanco, gris (lo sé, son cosas del daltonismo), tu elegancia de siempre que el tiempo y sus huellas no han vencido, “chic” francés del bueno, suave bruma de éxito y laureles vigentes, a tu talento (lo hay, dentro del “pop”) debidos: cuestión de estilo.

 

Impensable que el pipiolo que yo fui no sucumbiera a tu señal, a la joven melancolía romántica de tu mensaje y, devoto atrevido, fingiera la existencia de un club de admiradores tuyos para que tu casa de discos (Vogue-Hispavox), y porque todos andábamos en la edad de la inocencia, le enviara gentilmente información, muestras, publicidad sobre ti y tu buen hacer musical.

De otro club similar (y quizá tan apócrifo a su vez) tuve noticia, regentado por alguien que creo recordar se firmaba (¿predios de Albacete?) Gema de los Llanos.

Lo último que me llega: la cruel y fulminante enfermedad con la que peleas, sus pronósticos descorazonadores. Bella o no que la muerte sea, tu vida ya tiene los honores.  

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