domingo, 26 de octubre de 2014

¿De cuántas ciclogénesis puede hablarnos el telediario?



Hoy es un día raro que amaneció con sinfonías florales y acristaladas. Ni siquiera me enteré de que nos han cambiado la hora, esa cosa frívola con la que nos trajinan dos veces al año. Mejor sería que unos gobiernos decentes (pero no los hay) frenaran el insaciable canibalismo de las empresas eléctricas, tan decoradas de consejeros que se forran y, supongo, de accionistas complacidos.  
Un día raro, en el que el Hipocampo se aventura a extraer de los fondos de su cofre pirata, hecho de conchas y algas, una reflexión diagonal, como el movimiento de los alfiles. Ya te digo.
Me tienta tu ternura, tu, a veces, carácter satinado, aunque bien sé que son discontinuos, a rayas intermitentes, como la piel del tigre. Y que ello tiene un coste: “Dame permiso para aterrizar, pero luego no me pases la factura”, un Quique dixit, con personal acierto, con la sabiduría que debió darle la experiencia de la peripecia, pasablemente única, de cada individuo.
Porque no soy de hierro, ni de acero inoxidable, ni de indestructible roca (¿las hay acaso que aguantarían la erosión, el mero transcurso del viento y del tiempo implacables y los otros inevitables factores de lo que nos destruye?), cedo a la tentación de fabricarme, superponerme lo que no sé si soy, sin ser tampoco lo que, en ocasiones, tiendo a creer que podría llegar a ser.
Ni yo me explico; ni “a quién le importa”, Alaska. Ni a dónde vamos, ni cuándo, ni cómo (ya lo cantaba Nat King Cole, aquel negro de la voz dulce al que Sinatra le daba la preferencia y mi padre, en su personal órbita medio irónica, con guasa de Puente Genil, llamaba el Gañán).
¿Qué?

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