domingo, 26 de abril de 2020

Tres

o cuatro mil años habrán pasado.
Y en estas mismas aguas debió ser, con el islote cercano y misterioso que albergaba aquel templo cuyas ruinas podemos ver ahora.
Aquí fueron los ritos, los cánticos, las danzas de las sacerdotisas que ondulaban como flores lascivas.
Los altares de ónix incrustados de pedrerías costosas, de oro, de perlas arrancadas a los moluscos más profundos; las columnas, estatuas y relieves de recargada y cruel policromía.
Los circulares jardines perfumados. El trono desde el que se promulgaban las leyes religiosas y solemnes.
La Historia oculta en la que un dios menor conoció el resplandor del deseo secreto, los poemas de versos majestuosos, métrica larga, heroicas resonancias entre el Amor y la Guerra.
El paso riguroso del implacable Tiempo. Las huellas que quedaron y que laten, en el viento racheado, para nosotros hoy.   

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