domingo, 5 de abril de 2020

La vuelta de un sonido

¡Tantas cosas se deciden sin prever los alcances!

Cuando se vino de Madrid, al comienzo del 90 del XX, la urbanización, que él prefiere llamar barrio (con esas manías conservadoras y clasicorras de su condición), apenas mostraba un porcentaje mínimo de viviendas construidas. Y debió ser él, el primer colono que estableció ahí su singular fondeadero: frente al mar de su predilección, y no lejos de la ciudad amada, seductora y decadente, cuna de su abuelo materno.
Tan deshabitadas estaban aquellas calles a medio formar que los mirlos cantaban sus cadencias sonrientes, sin reparo al estorbo que después terminaríamos acarreando los humanos. Y se sentaba en el porche, abierto entonces a los vientos gaditanos, a escuchar el doble arrullo, la doble belleza del sonido del agua y los pájaros, que eran, en su caso, hermosas y satisfactorias sensaciones, casi inéditas.

Con los años, el canto de los mirlos se ha ido retirando hasta hacerse, cuando la comunidad de vecinos fue creciendo, meramente, espaciadamente anecdótico. Y se echaba de menos.
Y ahora, que los pocos residentes permanecen en la obediencia confinada que nos han "confitado" las autoridades sanitarias y las otras, y que la desolación, "au contraire, mon ami", implica un recuperado sosiego, el dulce cantar regresa y a menudo se instala con renovada naturalidad por los jardines y los tejados, devolviéndole el gusto y el sonido cariñoso, como en un feliz, inesperado y bien hallado "ritornello". 

2 comentarios:

  1. Exactamente lo mismo ocurre a los pies de esta sierra madrileña donde Pionono cumple con su encierro, soñando que en otro estado más lisonjero se vio.

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