Tropezamos anteanoche en lo de Pablo Motos con la existencia de la Índigo, de la cual jamás habíamos tenido mentas (como Borges hace decir a sus gauchos y cuchilleros), Lola, "oyes".
La rutilante y todavía emergente "artista" puede recordarnos de manera rápida al antecedente de Rosalía: ambas (y habrá más) parecen exponentes de lo que acaso es una epidemia que cundirá al calor, y la calentura, de esta ramita demoníaca y perversa del feminismo contemporáneo; poseídas de un frenesí que manifiesta, o lo finge, una brutal y evidente querencia del brujerío, eso sí, teñida de la elementalidad del marketing, cuanto más eficaz, más rebuscado y artificial.
En un mundo ahíto de cambios, velocidad y frivolidades, es muy difícil que el consumidor, más que atragantado, asimile con cierta comodidad tanto y tan desordenado atropello de propuestas, tanto lío de túnicas, lencería, sugestión de sensualidades y contradictorias actitudes de cimbreantes sumisiones sin digerir (recordemos que todo está inventado), gatas en celo, exceso de energía y provocación, bailecitos convulsos, aficiones herejes y blasfematorias, etc. con orígenes que a lo mejor derivan de las ordinarieces remotas de la inaugural Madonna y el lumpen de las discotecas y los barrios polígoneros/"gipsies", y nos estamos metiendo en un enredo con demasiados locos y locas sueltas y sueltos.
El híbrido extrañito y monstruosito de lo "rapero-latino" y lo "seudoandaluz" de mercadillo va a tener quizá bastante cuerda. Y aunque Stevie Nicks, con perdón, era muy otra cosa, tocante a la insinuación mágica y los aquelarres, está claro que hay una montonera de espectadores (tribus urbanas, también rústicas que, como las fincas, tienen su tributación fiscal correspondiente), para el turbio arte de estas muchachas recientes y sus modas relativas.
Por otra parte, como tales turbulencias de carácter anarco-sindicalista tienen un poderoso, hondo substrato de espectáculo, lo más divertido será, cuando suenen las clásicas señales de las hormonas, que nuestras entrañables guerrilleras abundarán en el legítimo uso del integrador y dócil permiso de maternidad, preferentemente podemita.
Y si hay suerte, que no les pasará como a la pobre Mia Farrow en aquello de "La semilla...".