domingo, 13 de abril de 2014

Parecidos y coincidencias



Son fáciles de encontrar en las familias.
En la región catalana, tan azuzada por sus impecables y suntuosos políticos separatistas al exotismo y la disidencia, reside la hija mayor del mayor de mis primos, E. ya fallecido.
En más de una ocasión me ha comentado cómo le recuerdo a su padre, la barba blanca, el modo de ser tirando a reposado, acaso otros detalles coincidentes.
Aunque quizá no conozca (por ya antigua) la anécdota que se contó durante mucho tiempo y que a él y a mí nos celebraron entre risas: yo, de edad de doce o trece años, me había atrevido a comprar una camisa-polo (esto ya da idea del chorro de lustros transcurridos) creyéndola de color negro, que resultó ser en verdad lo que las “personas normales” llaman vino tinto. Y una tarde, al entrar yo con aquella prenda por el jardincillo de la casa donde vivía E. con sus padres y hermana, viéndome él llegar, desde una ventana preguntó por qué venía tan vestido de luto el primo Rodrigo.
Entonces el daltonismo era cosa rara y bastante desconocida, y comprobar nuestra cualidad compartida dio para diversas chanzas familiares bienintencionadas.
Por otra parte, de mí se dijo siempre que, en los rasgos físicos y en el carácter, era “clavado” a mi padre. Esto, que va a mucho más con la edad, me produce un orgullo creciente y casi retador que ninguna justificación necesita.
Y ahora mi unigénita, que en el fondo ya se va riendo, comprueba de a poco que la resistencia, aunque quizá coherente, es, al cabo, inútil y que “de tal palo, tal (hermosa y mejoradísima) astilla”.

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