Dylan cantaba
que “los tiempos están cambiando”.
Los
ciudadanos más escépticos, con rigor no indiscutible, pueden matizar que, en
ocasiones, a peor. Una anécdota (que sí, que no es categoría, pero tú ándate
con ojo) acaso resulte ilustrativa al respecto.
Pasa que
vienen “las calores” y el acongojado
consumidor, legítimamente remiso al sablazo/atraco de la factura de
electricidad, opta de nuevo por los ventiladores, como alternativa menos
gravosa que el airecito acondicionado de los cojones. Hecho un sondeo no
pequeño y una elección casi filosófica, descubre con desaliento la desdeñosa y
soberbia “política de empresa” que ha ordenado a sus vendedores que no
consientan al cliente la compra de una unidad -la última, la restante, la
exhibida en correspondiente exposición- porque no se desmontará el tenderete
pertinente hasta septiembre, y aun así, en fecha aleatoria por decidir, se ve
que con estilo medio caprichoso.
No pretendo
defender la consigna clásica, puede que algo exagerada, de que el cliente
siempre tiene la razón; pero el argumento de que si voluntariamente decido
comprar, digamos, el jersey, o el automóvil que hay en el escaparate, (sin
importarme el desgaste que polvo y sol y tiempo habrán efectuado en ambos) debe
ser tenido en cuenta, y atendido con respeto, y satisfecho con naturalidad; y
cuando no, todo ello deja con el culo muy al aire al empleado obediente sin
remedio, que lo entiendo, vale, y todavía peor y en entredicho la eficiencia
presuntuosa, tan francesa ella, de esa multinacional en la que Uds. están
pensando, tan melindrosa de eles y emes.
Ni la
absoluta razón debe primar al cliente, ni el ninguneo, sea cual sea el pretexto
o la sedicente y peregrina explicación, es válido en el comportamiento de estas
omnipotentes trituradoras de nuestros esquilmados bolsillos.
-¿Bárbaros, salvajes del comercio contemporáneo?
-Nunca soñé lo contrario; por algo han elegido la
palabra “política”
para sus crudos manejos.
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