jueves, 24 de julio de 2025

Los laurelillos falsos de los impostores

 

No por común faceta del carácter humano, ampliamente extendida, compartida y repartida, la vanidad -esa estúpida inclinación- deja de ser una lamentable y antiquísima historieta.

El reciente ejemplo (que los hay, mucho más graves y escandalosos) de la joven diputada que trucó o falseó sus académicos timbres de gloria, es la anécdota, actual y con profusión debatida, que rasga las pulcras vestiduras de más de cuatro de nuestras vacas sagradas de la in-comunicación, y de nuestra doméstica y miserable política, tan repleta de suyo por indocumentados de toda laya.

Se ve que el afán de lucimiento, las ínfulas, los complejos más o menos razonables, nos empujan a mentirnos en ocasiones de diversas maneras, estorbando de paso la valía, la importancia genuina del esfuerzo, del mérito y de las verdaderas capacidades que cada uno pueda tener y que, desde luego, no son absolutas ni intercambiables.

Lo grotesco es que, cuando el “patinazo” se descubre, los impermeables (que son plaga vistosísima) no se sientan siquiera castigados por el bochorno que merecen, y no dimitan como ha hecho, al menos y qué menos, la mencionada: que ya se están dando demasiados casos de esa panda de jetas, que se consideran blindados ante la inacción y la abulia de unos ciudadanos que, por ello, tanto dejamos que desear, en vez de ajustarles las cuentas.        

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