Y mira que lo
tienen fácil, con la ayuda inestimable de las maquinitas contemporáneas que ni
estaban disponibles en la edición original.
Porque la
cosa es que me envían gentilmente desde la Warner dos ejemplares como
muestra/obsequio de la novísima reedición de “SEÑORA AZUL” de CRAG, conmemorando
los 50 Años de su estreno, efeméride decidida por la disquera que mi pudor
considera algo vanagloriosa, aunque bueno…; y cuya más notable aportación
consiste en el “ocurrente” color azul que tiñe el vinilo.
Reviso, o
curioseo, la reproducción de las letras de aquellas canciones, puntilloso que
sigo siendo, y con especial motivo por pertenecerme la autoría de la mayor
parte de ellas. Y detecto, por encima, inexplicables deslices, al cotejar esta
edición presente con la primera. De los acentos ortográficos, las comas, etc.
ni entro en ello. Pero
-En “Carrusel”
surge un “palpitando” donde estaba,
como correspondía, un “matizando”.
-En “Don
Samuel Jazmín” hay ahora un “le” murió
en vez de “se” murió.
-En “Nuestro
problema” ha desaparecido “el hombre siempre “ES” solo”.
-En “Supremo
director”, la nueva cosa arranca con un signo ¿ que no
entraba en nuestros cálculos.
-En “María y
Amaranta” dice “llenaste” donde debe
decir “llenas de”.
Puede que
algo todavía se me haya escapado. Pero la pregunta es: los jóvenes becarios,
embelesados acaso con el sueño de una noche de verano, o con el amor de sus
novias, ¿no discurren la posibilidad de fotografiar (o lo que se estile ahora)
sin más lo que ya había en el disco publicado en 1974? Ello habría facilitado
su heroico trabajo y habría impedido los despistes que cito.
(Por cierto,
en el antecedente álbum de SOLERA se coló, en “El discípulo de Merlín”, un “aludir” que usurpaba, con falsedad en
el sentido, el auténtico “eludir”. Ese
error del becario -o como les llamasen entonces- y mi sofoco quedan para la
Historia.
Y sí, ya sé
que con la que está cayendo, éstas de hoy son cuitas de, si se quiere, mínimo
relieve, meros escrúpulos de autor paranoico.
Pero os diré
algo: el color azul puede ser tan “bonito” como el supermercado del chiste.