O sea que primero se prohíbe, por parte de gobernantes
delegados aunque bucaneros, la
participación de unos 40 millones de españoles no-catalanes o así, en un
despampanante alarde de discriminación e ilegalidad.
Luego (datos aproximados), acude solamente un tercio de
los exclusivos convocados, de tan excluyente manera.
Es decir, que más del 60% de ellos mismos, ni fue: ¡qué
interés en el asunto tendrían!
Y de los que, acuciosos, aleccionados, aborregados en el
sesgo trilero, se presentan (si el cómputo es decente y veraz y no, como podría
imaginarse, una pintoresca variedad del pucherazo de marras), nos dicen que más
o menos el 80% vota un “a favor”, parece que, según quiénes, algo matizado; y
el resto se abstiene o vota en contra.
Así que, ¿de cada 15 llamados a la farsa, sólo 4 a favor?
Y eso, ¿después de la propaganda urbi et
orbe?
Eso es una birria de “éxito”, chicos. Una pifia
mayúscula. Parecidísima por cierto a la que se dio cuando la romería fantasiosa
aquella del Nuevo Estatuto para la inquieta y, sobre todo, soliviantada y
embaucada región española.
Se quejan sus mandamases de que la región paga mucho y
recibe poco. Eso que se lo cuenten a cualquier contribuyente, sobre todo si es
persona adinerada. Pues así, los restantes “argumentos” de la rebelión, de la “causa”.
Y la presunta inteligencia de los ciudadanos, ¿se deja timar con tan precarias
chucherías?
Impávidos, seguirán mintiendo. Y derrocharán el dinero de
todos nosotros (no importa cómo bautizan la triquiñuela) para que el lavado de
cerebro crezca y vaya a más. A Mas.
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